Debemos poder trabajar las emociones. No para impedirlas, sino para observarlas.
Por ejemplo, varias veces al día, entre dos actividades, en lugar de pasar de una a otra, estresados y apresurados, conviene tomarnos el tiempo necesario para sentir lo que sucede en nosotros, para conectarnos sin prisas con nuestro estado emocional.
Tenemos que acostumbrarnos a esta introspección tranquila y curiosa en la calma y el reposo.
Cuando estemos doloridos: tristes, nerviosos, inquietos, desdichados, no hay que intentar modificar lo que sentimos, ni tratar de consolarnos o calmarnos. Al menos no de entrada.
Basta con hacernos conscientes de lo que sentimos. Basta con respirar, sin querer nada más que pegarnos a la respiración observando lo que sucede.
La respiración, la presencia en plena conciencia es un poco como una lámpara en las tinieblas. Nos permite ver dónde estamos, aunque sea siempre de noche. Y a veces será sorprendente.
Al aceptar las emociones dolorosas, al consentir en atravesarlas, descubriremos que es como atravesar una nube: finalmente, no había nada sólido en el interior. Y a la salida lucirá de nuevo el sol.
Christophe André, Meditar día a día. 25 lecciones para vivir con mindfulness.